viernes, 7 de agosto de 2009

La emboscada


_____Observamos su sombra dirigirse raudamente hacia el interior del valle. Espoleamos con dureza a los corceles esperando alcanzarlo en el corazón del bosque. No pudimos lograrlo. Cuando llegamos a la villa, todo era terror, muerte y desolación. La piedad no estuvo signada para ellos aquel dìa. Los pocos sobrevivientes nos despedían ante el temor de un nuevo ataque. Lo entendíamos: ellos fueron héroes, lo dieron todo como hacen los de buena raza. Nos albergaron en su comarca y ahora, nosotros, debíamos dar descanso a sus cuerpos. Después del justo holocausto, nos despedimos.
_____Mas tarde, vagamos por la ribera de un río cristalino. Alejados de la espesura del bosque, encontramos un viejo camino que, nos parecía, ya antes habíamos recorrido. Al amanecer del tercer día hallamos una pequeña aldea. Cubiertos de oscuros ropajes, disimulamos nuestro estado calamitoso. En una taberna, el posadero nos escanciaba el vino. Estábamos extenuados y hambrientos. Maldecíamos al dragón y a sus seguidores mientras tornábamos otra vez a los placeres. La luna se levantó tras las colinas y el frenesí nos arrebataba la cordura. Dulces mujeres se buscaban sobre nuestros pechos desnudos. Las sombras inundaban la habitación y nos transportamos al nirvana.
_____La luna había llegado a su máximo esplendor y, con ella, la sed de nuestra sangre en las fauces del dragón brillaba en sus ojos cercanos. No tuve tiempo de avisar a los caballeros. Mis párpados eran acero en la voluntad del ensueño. Mi cuerpo se precipitó con violencia bajo las mesas y vi otros cuerpos caer pesadamente. Eran los efectos de alguna hierba. Desarmados y confusos, percibimos a la muerte cayendo como una zarpa sobre cada uno de nosotros. Sentí fuego el corazón y acero los nervios cuando un golpe certero veló mi aliento.