miércoles, 26 de septiembre de 2012

Regresando a escribir

Esta parte del blog se dedica a escribir acerca de las aventuras del colegio

sábado, 13 de agosto de 2011

C.Z.: La despedida


Todas las cosas llegan a su fin.  No hay nada terrenal que permanezca para siempre. Sin embargo, siempre duele la despedida y por eso siempre la he evitado. Nunca me ha gustado despedirme de nadie a quien yo aprecio, aunque uno debe hacerlo aunque no quiera. Y es que, la verdad, llegué a apreciar a los muchachos de una manera entrañable. Recordaré a Andía y su pasión musical (tamborileaba las carpetas con los dedos), a la "señorita" Sánchez, una dulce niña de lentes colorados  y sonrisas a “discreción”; a Luz y sus intervenciones acertadas; a Nayla, la espigada jovencita que me dio la primera sonrisa en el salón; a Beatriz y la primera confesión: había disfrutado de las fiestas patrias en Aucayama, junto a su familia; a Wendy que, con su lánguida sonrisa y tierna mirada, desde lo alto de las escaleras observaba detenidamente el mundo que sus compañeros agitaban; a Solange, una linda cabecita rubia que era una delicia de orden, disciplina e inteligencia (una niña índigo, si tal término existe); a Oswaldo que fue el primer "rebelde con causa"(aunque le expliqué el porqué lo cambiaba de lugar, creía firmemente estar en su derecho); a Diego, que sus compañeros llamaban "el loco" simplemente porque no participaba de sus juegos y se conducía con madurez y responsabilidad; al siempre inquieto Marlon, que fue uno de los primeros a quienes llamé la atención, aunque nunca actuaba de mala fe; a Miranda y su sonrisa llena de ingenuidad y frescura; a Fiorella y sus grandes anteojos de estilo "retro", que me recordaban un poco los de Yoko Onno; a María Fernanda y su silencio empecinado; a Costas, el muchacho de lentes de carey y cabello ensortijado que siempre buscaba llamar la atención; a Haruhi, la pequeña niña que parecía estar hecho de finos trazos, sus ojos rasgados contrataba con su cabello rubio, sus coletas y su flequillo; a la lindísima Sahory y su gran apellido Japonés (lleva el apellido de un de mis mejores profesores: Augusto Higa). 
Un abrazo a todos ellos y que Dios Todopoderoso los bendiga.

lunes, 8 de agosto de 2011

C.S.: Profesor de reemplazo

Ha pasado ya una semana desde que estoy en el colegio y no creí que fuera a acostumbrarme tan pronto. Los jovenes tienen esa energía primigenia y vital que hace tanta falta al mundo y que ellos mismos parecen deconocer. Al inicio no fue tan sencillo. Pensé encontrar muchachos con inquietudes pero sin rebeldía, con ansias de conocimiento, voracidad intelectual, quizá espíritus guerreros, con ansias de cambiar el mundo, pero encontré miradas que ya conocía, que había viso tantas veces en otros lugares, en otros colegios. Y es que en los colegios que he enseñado, los jóvenes siempre han tenido modos distintos de transmitir ese sentimiento por quien representa la autoridad ¡Y es que han sido decepcionados tantas veces...! La verdad, no los culpo. 
Aún recuerdo la llamada de miss Rosa. Era una llamada urgente. Me habló de los terminos en los cuales debía de enseñar y a mí me encanto la idea de relacionarme con los muchachos, transmitirles alguna experiencia que quizá pueda serviles. La verdad, no dude en aceptar. Reemplazarla por dos semanas me pareció genial. Las clases empiezan de 7:40 a.m. a 3:00 p.m. Los primeros días fueron de adaptación mental, de mi parte, sobretodo. Debía recordar principios básicos que tengo con los jóvenes: nunca obligarlos a hacer nada contra su voluntad, sino tratar de hacerles entender el porque de lo que hacen; dialogar constantemente con ellos, sino es el salón de clases, hacerlo fuera de él, donde puedan escapar de la presión del grupo, y es ahí donde se muestran realmente como son ellos, claro que hay algunos que ya tocan los bordes del cinismo, pero son pocos. Luego, contarles experiencias a partir de las cuales puedan extraer una enseñanza, sin ser demasiado explicito, pues ellos odian los sermones; ayudarles a entender porque algunas veces se sienten frustrados, enojados, y como pueden maejar esa ira, sin meterse demasiado en sus vidas. Al principio siempre es dificil, hasta que se dan cuenta que en realidad sí me preocupo por ellos, y que esto no es un trabajo más, que no lo hago por dinero. Cuando lo entienden, creo que me aprecian un poco. Una vez el apostol de nuestro señor Jesus, Pablo, dijo que si él debía ser condenado para que otros se salvaran, no dudaría en hacerlo.

lunes, 26 de abril de 2010

El regreso de Brenda

Hoy era el examen bimestral de Lenguaje y mis queridos alumnos estaban nerviosos. Ana María hundía la cabeza en el cuaderno y "devoraba" el cuaderno; Alessandra y Stephany, a diferencia de otros días, no conversaban y cada una de ellas trataba de encontrar su propia manera de estudiar, recitando o rezando, no lo supe muy bien; mientras que Danitza y los otros muchachos apenas me vieron suspiraron hondamente y se sentaron en sus carpetas, preguntando:
- ¿Examen?
- Claro, muchachos - respondí, intentando darle al tono de mi voz cierta cadencia tranquilizadora - No me digan que lo habían olvidado. 
- Síííííííííííííííííííí - respondieron a coro.
Ana María, con la picardia que la caracteriza preguntó.
- ¿Y no puede ser otro día?
Recibio una sonrisa mía por respuesta.
De pronto, se escuchó una voz estridente levantándose en medio del salón. 
- ¿Y a mí no me preguntas si voy a dar examen? - preguntó Brenda, a gritos.
- Profe, sáquela del salón. Desde la clase de Historia está que molesta y molesta. No deja escuchar nada. - intervinó Wilfredo.
- Brenda, cariño, modera tu forma de preguntar. No estamos tan lejos para que grites. - le dije cariñosamente.
- No puedo, profesor, así es mi voz. - dijo con una picara sonrisa.
Le explique que por el tiempo que había faltado a clases, no podía dar el examen. Pero ella insistió en que si podía. Así que consulte con el coordinador del área y él me dio la razón. 
- Brenda -  le dije - realiza algunas ejercicios mientras tus compañeros dan examen.
- Ay, no sé nada - gritó una vez más - Yo no voy a hacer nada. 
- Profe, bótela, no hace nada. ¿Para que la han dejado regresar? - intervinó Wilfredo
- Oe, cierra tu bocota - espetó Brenda.
- Oye, no grites  - dijo Stephany - me vas a dejar sorda.
- Y a mí que me importa.
- Oye no le hables así a mi amiga - intervinó Alessandra, mientras que los otros muchachos también lo hacían.
- Muy bien, todos callados - dije tratando de calmar el barullo, mientras hacia su ingreso la auxiliar, que con su porte marcial hacia callar a todos.
- ¿Que pasa? - vociferó - Profesor, el griterio se escucha por todo el colegio. ¿Quién está haciendo tanta bulla? 
Todos sus compañeros la señalaron, mientras Brenda sólo agachaba la cabeza tratando de esconderse. 
- Profesor, ¿está niña es la que esta haciendo todo el barullo? - preguntó
- Sí, pero... no hay problema, yo me encargó, señora.
- No, profesor, la disciplina en esta instiitución se cumple o se hace cumplir. Ven conmigo, niña. Ya se te ha advertido que no causes más problemas. Trae tus cosas. - dijo con el mismo tono de una corte marcial.
Brenda salió a duras penas. Los muchachos dieron un suspiro profundo y dieron la prueba sin contratiempo. Luego de algunos minutos Stephany preguntó:
- Profesor,  ¿Qué es un barbarismo?
- No, no, mejor díganos cómo se reconoce el objeto directo - intervinó Berta.
Respondí a ambas con una sonrisa.
- Ay, el profesor siempre sonrie - dijo Stephany - Es mi profesor sonriente.
Y en verdad estaba sonriendo, sin darme cuenta, y es que a pesar de todo, era feliz.

jueves, 22 de abril de 2010

Mis alumnos y el chat

    En un momento de descanso, saludé a Juan Carlos que por esos días había empezado a trabajar en el mismo colegio que yo. A diferencia mía, él entregaba su correo a los muchachos de secundaria para conversar, para mantener una relación más estrecha, amistosa, entre ellos y de esa manera influenciar de manera positiva en ellos.
    Le pregunté por las clases que había tenido hasta el momento, en como había notado a los chicos.
- La verdad, que son muchachos tranquilos... en general. Pero siempre hay un grupo con el cual se puede trabajar mejor.
- Primero de secundaria - dije anticipándome a su respuesta.
- Sí.- contestó - Los chicos de segundo y tercero, también son buenos muchachos, pero les falta algo de orientación y de control.
- ¿Por qué lo dices? - inquirí.
- Ah, es por el internet. - me dijo - A la hora que ingresó siempre los encuentro conectados en linea.
- ¿A qué hora los encuentras?
- A toda hora. Desde las dos de la tarde. A las tres, cinco.. ocho, nueve de la noche, a todas horas están conectados.
    Me sorpendió lo que decía. Eso explicaba las ojeras con la cual llegaban a clase. Y también su irritabilidad.
- ¿Y quienes están siempre en línea?
- Jhosep, Angie, la morenita... Andrea. A Romina la he encontrado a las once, doce de la noche. Esa chica no duerme.
- Vaya - dije sorprendido - deberían de prohibir el uso del messenger a menores de edad.
- No es la solución. Eso ya es falta de control de los padres. - dijo Juan Carlos - No es posible que una niña este hasta la una de la madrugada conectada a internet.
- Eso es lo que tú decías..
- ¿Yo? ¿Qué?
- Que se les enseña a los jovenes a usar la computadora como un objeto de diversión más que como un herramienta de trabajo.
- Es cierto...
    Juan Carlos se quedó reflexionando. Sonó el timbre avisando del termino del recreo y entonces cada uno se dirigió a sus aulas, pensando en los alumnos y el chat.

lunes, 22 de febrero de 2010

Los príncipes del silencio


      Hay algunos alumnos mios que carecen de la facultad del habla. Pero eso no ha impedido que se comuniquen  maravillosamente con el corazón .
       Los jueves por la tarde uno reniega de tener que viajar, sin excusas de por medio, a través de Lima. El tránsito es atroz. Recorrer más de veinte kilometros en medio del bochorno de este verano, por los vericuetos de estas calles destruidas, con el viento ardiente sobre el rostro. 
      Pero todo eso se compensa si tienes alumos maravillosos, con un aura celestial, mágica. Cuando ellos te hacen las preguntas con señas y gestos, uno trata de llenar ese espacio de expectiva que se genera en ellos. A veces no puedo responderles de la misma manera, porque soy un profesor común, sin muchas virtudes, quizá, pero que aún puede maravillarse con seres especiales, paradigmaticos.
      No son sino sólo tres quienes te maravillan con su celestial silencio. Una de ellas es Kateryn, quien responde con una maravillosa rapidez a lo que se le explica., sin dudar, con esa paciencia y esa bondad que le brota a flor de piel. Igual sucede con Molly, quien tiene una dulce sonrisa y una paciencia conmigo cuando me faltan gestos con los cuales hacerles llegar alguna idea. Es menuda pero con una fuerza de voluntad para aprender que es envidiable. El varón del grupo es José que es un poco impaciente pero es un buen muchacho. Realmente que es un gusto trabajar con ellos.

viernes, 27 de noviembre de 2009

La mentada de huevos


Los muchachos salieron presurosos, en tropel hacia la calle abarrotada de gente. Eran la una de la tarde, el sol calentaba timidamente el día y reunidos en bandos se lanzaban amenazas. No eran barras bravas o pirañitas, eran mis alumnos que se preparaban para pelear entre ellos. Yo no los vi salir. Yo aún tenía que dictar una clase y uno de mis alumnos me aviso del barullo.
- Profe, se estan peleando afuera. Están que se sacan la mugre.
Pensé que se trataba de otra broma a la cual ya me tienen acostumbrado
- Claro, claro. Se están matando en medio de la vía publica. Sigamos con la clase.
- Profe, en serio, mire... ahí está el profe Juan en la puerta, mirando.
Efectivamente, estaba el profesor observando desde la puerta como a cincuenta metros un grupo de estudiantes se preparaban para pelear. ¿Qué sucedía?
- Vaya, profe, vaya a detenerlos. - Sumari era el más interesado (le encanta que no se hagan clases)
Me dirigí con toda mi humanidad pensando en detenerlos. No podía reconocerlos a la distancia en la que estaba pues no contaba con mis gafas, así que me acerqué presuroso. Crucé raudo la autopista cuando los vi dispersarse. Sólo un grupo se mantenía peligrosamente cercano, profiriéndose amenazas. En ese momento Johan cruzaba cabizbajo y asustado.
- Oye, Johan.- hizo como si no me oyera. - Johan, ven aquí. ¿Qué pasó?
Asustado y temeroso, comenzó a balbucear.
- Dos grupos allí se estaban peleando... no sé más .. no me pregunté más - dijo, observando con terror a sus compañeros.
Lo dejé marcharse y me encaminé hacia los revoltosos.
- A ver, ese grupo de allí - dije, señalando a los que aún se mantenían muy cerca - Los tengo anotados- mentí tratando de alejarlos. En realidad sin anteojos apenas si podía distinguir a algunos.
No había terminado de pronunciar estas palabras cuando escuché un sonoro "callate Huevón". ¿Qué? ¿A mí? ¿Quién había sido? ¿Por qué? De repente sentí una ola de indignación que me recorría todo el cuerpo. Era una mezcla de frustración porque no podía responder semejante insulto y tristeza y decepción. Lo miré fijamente tratando de reconocerlo. Era Jaramillo.
- Jaramillo - grité mas con asombro que con rabia.
- ¿Qué cosa? ¿Qué va a pasar? ¿Qué me vas a hacer?- dijo, levantando amenazadoramente los brazos.
Di media vuelta, ante la multitud de curiosos que estaban reunidos allí, murmurando que no era la primera vez que sucedía eso con "ese" colegio. Regresé a mi salón de clases y ante las preguntas jocosas de mis alumnos, que no sabían lo sucedido, traté de reanudar la clase, aunque la verdad no tenía el humor necesario.
- Profe, ¿y quién ganó la pelea? - preguntaron jocosamente. Nadie ganó muchachos. Aunque, a decir verdad, creo que esta tarde yo perdí algo.