______Cuando la noche aún oscurecía el corazón de las nubes en el horizonte, cruzamos la ribera del río tempestuoso. Atravesamos el laberinto enramado del bosque y remontamos la cuesta con fatiga, mientras un sueño irremisible nos conjuraba. Dejábamos atrás la noche, cuando la voz de nuestro guía arreció desde la cima. Allá, detrás del abismo, cruzando el desierto, avistamos las ruinas. Era la madriguera de la bestia. Apuramos la penosa marcha.
______Sobre las arenas ardientes, fueron cayendo, uno tras otro, nuestros nobles corceles. No esperábamos menos. La muerte de cada uno de ellos alejaba al espectro del hambre. En el crepúsculo del tercer día, logramos cruzar el páramo ardiente. Habíamos vencido a la muerte en las costas del Atlántico, dejado atrás a la peste en las noches de los Balcanes y enterrado la viruela en las costas griegas. Por fin habíamos alcanzado a la bestia.
______Frente a nosotros se erigía, colosal, la entrada a los recónditos vestigios de civilizaciones remotas. Desde ellas, cernía escrutadora la mirada un anciano, servidor de la bestia, amante del fuego y la hechicería. Nos habló con noble acento sobre el destino de los astros, las revoluciones perpetuas de inconquistable sino. E invocó nuevamente la otrora canción de los sueños. Pero el puño de nuestros muertos nos mantenía alertas. No cedimos a sus artificios.
______Elevo salmos, recitó letanías inmemoriales y predijo nuestra muerte en la cólera de la bestia. No pudimos soportarlo. Uno de los nuestros hizo rodar su cabeza sangrienta sobre la calzada desierta. Nuestro brazo nervudo acompaño el embate. Estábamos manchados por la sangre del anciano. Se elevó desde los suelos un olor fétido, podredumbre mortal, que plagó el ambiente. Apenas si pudimos resistirlo. La bestia emergía como una sombra desde la sangre desbordada.
______El Caballero de la Mirada de Halcón, pronunció una sentencia atroz. Maldijo a la bestia y cargo contra ella. Mas vi en su mirada la misma lasitud que a todos nos embargaba. El jinete que había muerto y vuelto a vivir, el Caballero de la Dulce Voz, remeció el acero de su lanza en el costado de nuestro rival, cruzado de escamas duras como el granito. No pude resistir el placer de la lucha. Me abandoné a mis ardores e impelí a mis camaradas a descarnar a tan cruel asesino. Lancé una terrible estocada a sus entrañas, al amparo de las veloces saetas del Caballero del Corazón Blanco. Arremetió el Caballero de la Luz, el de la Blanca Mirada y el bárbaro Teruel.
______Pero la ira y la sapiencia en el corazón del dragón no conocían límites. Perdida la lid, iluminó su camino con fuego y se elevó sobre el flanco de uno de los nuestros. Todos los demás éramos un violento despeñadero para su vigor. El caballero cayó sobre el polvo de la noche. Acudimos prestos a su amparo y, contra las llamaradas de nuestro enemigo, fuimos alma y carne.
______Sobre las arenas ardientes, fueron cayendo, uno tras otro, nuestros nobles corceles. No esperábamos menos. La muerte de cada uno de ellos alejaba al espectro del hambre. En el crepúsculo del tercer día, logramos cruzar el páramo ardiente. Habíamos vencido a la muerte en las costas del Atlántico, dejado atrás a la peste en las noches de los Balcanes y enterrado la viruela en las costas griegas. Por fin habíamos alcanzado a la bestia.
______Frente a nosotros se erigía, colosal, la entrada a los recónditos vestigios de civilizaciones remotas. Desde ellas, cernía escrutadora la mirada un anciano, servidor de la bestia, amante del fuego y la hechicería. Nos habló con noble acento sobre el destino de los astros, las revoluciones perpetuas de inconquistable sino. E invocó nuevamente la otrora canción de los sueños. Pero el puño de nuestros muertos nos mantenía alertas. No cedimos a sus artificios.
______Elevo salmos, recitó letanías inmemoriales y predijo nuestra muerte en la cólera de la bestia. No pudimos soportarlo. Uno de los nuestros hizo rodar su cabeza sangrienta sobre la calzada desierta. Nuestro brazo nervudo acompaño el embate. Estábamos manchados por la sangre del anciano. Se elevó desde los suelos un olor fétido, podredumbre mortal, que plagó el ambiente. Apenas si pudimos resistirlo. La bestia emergía como una sombra desde la sangre desbordada.
______El Caballero de la Mirada de Halcón, pronunció una sentencia atroz. Maldijo a la bestia y cargo contra ella. Mas vi en su mirada la misma lasitud que a todos nos embargaba. El jinete que había muerto y vuelto a vivir, el Caballero de la Dulce Voz, remeció el acero de su lanza en el costado de nuestro rival, cruzado de escamas duras como el granito. No pude resistir el placer de la lucha. Me abandoné a mis ardores e impelí a mis camaradas a descarnar a tan cruel asesino. Lancé una terrible estocada a sus entrañas, al amparo de las veloces saetas del Caballero del Corazón Blanco. Arremetió el Caballero de la Luz, el de la Blanca Mirada y el bárbaro Teruel.
______Pero la ira y la sapiencia en el corazón del dragón no conocían límites. Perdida la lid, iluminó su camino con fuego y se elevó sobre el flanco de uno de los nuestros. Todos los demás éramos un violento despeñadero para su vigor. El caballero cayó sobre el polvo de la noche. Acudimos prestos a su amparo y, contra las llamaradas de nuestro enemigo, fuimos alma y carne.