sábado, 5 de enero de 2008

LAS MUJERES DE LA VIDA DE UN HOMBRE

Cuando el hombre quiso amar a la segunda mujer, los recuerdos imperiosos lo hacían ahogarse en lágrimas. No podía olvidarla, a pesar de todos sus esfuerzos absolutos y sinceros. Vagaba por las noches en torno de las calles donde tuvieron sus primeros encuentros, maldiciendola y amándola más que nunca. Fue entonces, cuando creía todo olvidado, cuando creía que ya no podría pensar nunca más en ella, aunque así lo quisiera, que se arrellanó sobre la banca de un parque cualquiera y rompió a llorar, como pudiera hacerlo un niño pequeño. Repuesto ya de su increible debilidad, tal como él lo consideraba, se encaminó hacia casa, con el firme propósito de dejarse morir en ella, antes de salir nuevamente enamorado al mundo. Sin embargo, en el camino, encontró una atractiva muchacha que le ofreció una sonrisa dulce y sincera. Habló con ella y sintió que empezaba a amarla como nunca había amado, aunque no de la misma forma que a la primera, y esto lo inquietó. Resolvió enamorarse de estos jóvenes ojos que lo miraban con cierta soledad. Será una buena venganza, pensó. La guiaba a los lugares mas hermosos, complacía sus caprichos como cualquier hombre enamorado. Y sin embargo su corazón dejó de acelerar sus latidos al estar a su lado y sus labios ya no se estremecían cuando la besaba. Entonces entendió que nunca la amaría como amó a la primera mujer y decidió salir de aquella relación y de la ciudad sin decirle nada a nadie. En el campo encontró una tercera y una cuarta mujer, pero ninguna le hacía olvidar a la primera. Regresó a la ciudad escapando de sus propios excesos. Sin embargo la visión de sus calles, el aroma de la rosas, todo le recordaba a ella. Encontró a una bella mujer con la cual compartió el verano y el otoño de ese año, pero el invierno gris lo torno triste y meláncolico y antes de que ella lo abandonara, como pensó, decidio dejarla. A pesar de ello ya había una nueva mujer en su vida y luego otra más. Así pasaron los años y el hombre pensaba aún en Ella. Un día, cuando el hombre caminaba, acompañado de la mujer enesíma, la vió venir. La primera mujer lo saludó y él, sorprendido, la saludó sin efusión, casi con frialdad. ¿Era esta la mujer por la que había recorrido el mundo en busca de amores que lo hiceran olvidar? Sin embargo, no pudo menos que sonreirle pensando en lo hermosa que estaba y si tenía hijos o que había sido de su vida. La mujer enesíma la miró con desconfianza, adivinando que ella había sido alguna de las mujeres de su vida. Entonces, el hombre decidió continuar.

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